domingo, 1 de febrero de 2009

Una mente guerrera


Esta generación de creyentes del nuevo milenio, al igual que la generación de Josué, tendrá un cambio de mentalidad

Será una generación que verá en todas las áreas, posibles conquistas, y buscará conquistar lo que otros no poseyeron. Será movida a poseer la tierra para el reino de Cristo, en un espíritu guerrero. Entrará y conquistará áreas donde tradicionalmente la Iglesia nunca hizo presencia.

La mente guerrera de esta generación no será la de ver demonios dondequiera ni la de llevar a cabo grandes eventos con el propósito de hacer lo que se conoce hoy como guerra espiritual. Será más bien una generación que conquistará y avanzará, entendiendo que no debe perder el tiempo peleando con un enemigo que ya fue vencido, sino que debe invertir su energía y esfuerzos en la verdadera guerra, que es la conquista para el reino de Dios y su Cristo.

Josué, que es un símbolo y tipo de esta generación en transición, todo lo veía como un reto de guerra, o una posible conquista. Su forma de interpretar la victoria y los avances estaba basada en qué cantidad de terreno se podía conquistar. Mientras que la generación anterior, 0 sea la de Moisés, medía las victorias por ver la manifestación externa de Dios, pero sin llegar a un destino.

Eran dos liderazgos diferentes, dos formas de interpretar el propósito e Dios, y dos formas diferentes de operar. El liderazgo de Moisés era ideal para sacar a la nación de Egipto, pero ineficaz para poseer la tierra. Dios levantó un liderazgo más adecuado al mover de la siguiente etapa. Dios levantó un liderazgo con una mentalidad nueva, en la vida de Josué.

Este principio lo vemos aplicado vez tras vez en los liderazgos de la nación de Israel, que son tipo de la Iglesia. Por ello debemos entender que cada vez que Dios nos lleva a otra etapa como pueblo, se requiere de un cambio de liderazgo, adecuado a las demandas, y que interprete correctamente las cosas que se deben hacer. Veamos cómo en la vida de Moisés y Josué, existían dos diferentes formas de interpretar los acontecimientos.

"Cuando oyó Josué el clamor del pueblo que gritaba, dijo a Moisés: Alarido de pelea hay en el campamento. Y él respondió: No es voz de alaridos de fuertes, ni voz de alaridos de débiles; voz de cantar oigo yo". Ex. 32:17,18.

En este pasaje vemos que ambos estaban juntos, a la misma distancia, y escucharon físicamente lo mismo, pero Moisés interpretó que lo que escuchaba eran cantos, mientras Josué escuchaba alaridos de pelea. La forma de pensar de Moisés y su liderazgo se caracterizaban por estar llenos de holocaustos, rituales, sacrificios, adoración, y dinámicas congregacionales para acercarse a Dios.

Él mismo recibió la ley con todos los rituales de los detalles de la adoración a Dios. Pero Josué tenía otra perspectiva de la vida, porque su forma de pensar y su liderazgo naciente, se caracterizaban por estar obsesionados con poseer la tierra que sus pies pisaron, con destruir a los enemigos y con avanzar a las promesas de Dios.

Este es el tiempo en que debemos levantarnos y hacer la verdadera guerra, la de poseer las puertas del enemigo, que desgraciadamente han estado sin ser sacudidas por mucho tiempo. Las puertas del enemigo no se toman si no se llega hasta donde están y se destruyen. Cristo tuvo en mente una Iglesia que estuviera a la ofensiva, que no estuviera escondida ni atemorizada por lo que el enemigo pueda hacerle, sino todo lo contrario.

Una Iglesia a la ofensiva es la que tiene estrategias específicas para tomar las puertas del enemigo, que pelea con sabiduría, y que actúa para tomarlas. La generación de Moisés no tenía un espíritu de guerra para conquistar, y los únicos que lo poseían, Josué y Caleb, no tenían liderazgo desarrollado para hacerlo.

Dios tuvo que levantar una generación con mentalidad guerrera, y al mismo tiempo madurar al liderazgo que estaba destinado para esa nueva generación.

La guerra no es opción para la generación de creyentes del nuevo milenio, sino una exigencia, porque es tiempo de conquista, y no podemos conquistar sin pelear. No podemos conquistar deambulando por el desierto, viendo la columna, bebiendo de la roca y comiendo el maná. Todo eso nos ayuda a permanecer en el desierto, pero se requiere de guerra para poseer la tierra.

La recompensa de Dios es para los que vencen. Si vencen, es porque existió algo o alguien a quien vencieron. Por medio de él somos más que vencedores, ya que él venció, pero eso no nos excusa para no hacer la guerra que cada generación e individuo tiene que pelear.

Es interesante notar que sólo los que podían salir a la guerra eran contados entre los hombres de Israel. Sólo los que tenían la capacidad de conquista se contaban como el número con el que se podía contar. Hoy hay un fuerte énfasis en iglecrecimiento, y eso debe ser parte de la vida de la Iglesia, pero no debemos conformarnos con números, sino con capacitar para la guerra. Debemos tener mas creyentes listos para la verdadera guerra, que se realiza en la conquista de terreno. Dicho sea de paso, que el terreno que debemos conquistar no tiene que ver con la compra de nuevos edificios ni propiedades, sino con la influencia y dominio que la Iglesia debe ejercer para llegar a ser sal y luz.

En el capítulo 32 del libro de los Números, los hijos de Rubén y los de Gad vinieron a Moisés y le pidieron que no los hiciera pasar el jordán, sino que tomarían su heredad de ese lado del río. Moisés les reconvino, diciéndoles ¿cómo ellos podrían enviar a sus hermanos a la guerra sin ir y pelear juntos? Y les recordó que así habían hecho sus padres cuando se negaron a pelear por la promesa de Dios, que era la tierra prometida, y que fue por esa falta de conquista que se encendió la ira de Dios contra esa generación. Después de esa plática, convinieron que aunque ellos tomarían la heredad en ese lado del jordán, irían a la guerra con sus hermanos, para ayudarles a pelear y poseer la tierra con ellos.

Se está levantando una generación de creyentes que entiende su propósito, y que sabe usar el arma ofensiva, que es la espada. Creyentes que no son niños, sino maduros para destruir a sus enemigos, no con gritos, ni con unciones de aceite, que se ha hecho popular en nuestros días, sino con la única arma con la que podemos derrotar a nuestro enemigo y neutralizarlo: la Palabra de Dios.


La guerra que hoy peleamos solo se puede ganar con la Palabra. Tenemos tipos en el antiguo pacto, que muestran cómo la espada fue el arma principal que se usó para derrotar al enemigo. Hoy tenemos una Palabra que es más cortante que toda espada de dos filos, y que penetra hasta partir el alma. Si no somos diestros en el uso de la Palabra, no podremos hacer la guerra eficazmente. Jesús utilizó esa arma para pelear contra el enemigo. Fijémonos que no le gritó al enemigo no se puso en una guerra de poderes contra él, sino que lo desarmó con la Palabra, o en otras palabras, utilizó la espada.

Es por eso que jeremías escribió un pasaje hablando acerca de cómo somos maldición cuando no utilizamos la espada como arma ofensiva.

"Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová, y maldito el que detuviera de la sangre su espada". Jer. 48:10.
Fuente: sigueme.net

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